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domingo, 24 de abril de 2011

Catamarca (Argentina): La ruta de los volcanes


Paso de San Francisco, limite internacional con Chile

Crónica de un recorrido desde la capital provincial hasta las alturas de la Cordillera. Una fascinante travesía entre pueblos encantadores, salares inmensos, desiertos y montañas de más de 6 mil metros de altura. Naturaleza deslumbrante en un escenario poco explorado.

Un hombre baja de su camioneta, apila piedras en la tierra, mira al cielo y mantiene los brazos abiertos durante un largo rato. Por alguna extraña razón, o simplemente por su sonrisa, el rito se nos antoja un amplio abrazo a la naturaleza. Será porque, como él, atesoramos cada uno de los paisajes atravesados durante los 516 kilómetros recorridos hasta llegar aquí, al noroeste de la provincia de Catamarca , donde están Los seismiles, las míticas montañas que superan los 6.000 metros de altura.

Por encima de la cabeza del desconocido, un cartel indica que estamos en el Paso San Francisco , que delimita la frontera con Chile: es el fin de la Ruta de los Volcanes .

Este espléndido recorrido, que se abre paso entre inmensos salares, lagunas, aguas termales y pueblos encantadores, despliega 19 volcanes que fueron venerados por las culturas andinas, antiguas habitantes de la zona.

Habían denominado a estas elevaciones como “Apus”, morada de espíritus protectores a quienes ofrecían sacrificios y ofrendas. Hoy son los andinistas, provenientes de todo el mundo, quienes le rinden culto a este “santuario de altura”.

También los menos avezados pero aventureros pueden llegar hasta estas figuras majestuosas. Sólo hace falta un vehículo 4x4, un guía local, ya que es fácil perderse, y capacidad de sorpresa para apreciar escenarios vírgenes, unos de los pocos del planeta.

La espectacular travesía comenzó mucho antes, en San Fernando del Valle de Catamarca , cuando los mareos y dolores de cabeza, producto del “mal de altura”, eran apenas una advertencia. Y cuando La Ruta de los Volcanes era sólo una serie de puntos negros dibujados en un mapa, que nuestra mirada había transitado con anhelo tantas veces.

Copacabana, antigua Estación de Ferrocarril

Rumbo al oeste
Poco después del desayuno, tomamos la Ruta Nacional 60, que se inicia al oeste de la capital catamarqueña y culmina en el Paso San Francisco. El calor húmedo va quedando atrás pero aún persisten los rastros de verde entre los cerros multicolores que señalan parte de lo que fue el antiguo Camino del Inca, que conducía a la localidad chilena de Copiapó.

Antes de llegar a Tinogasta vale la pena hacer un alto en los pueblos agrícolas Copacabana y La Puntilla , que conforman una “pequeña Italia”: las residencias de estilo neoclásico, con amplios jardines y galería central, se suceden a lo largo del camino.

La mayoría –como era tradición a principios del siglo pasado– tienen anexados oratorios familiares que resguardan imágenes religiosas antiquísimas.

En ambos pueblos se encuentran tejedoras artesanales que elaboran en sus telares hermosas colchas bordadas con flores de colores vivaces, el souvenir típico de la región.

Al fin, en el vasto valle de Abaucán , a la vera del río homónimo, aparece Tinogasta, una de las localidades fundamentales del oeste de Catamarca, rodeada de olivares, viñedos, alfalfares y árboles frutales. Aquí comienza la llamada “Ruta del Adobe”, un circuito que recorre una serie de edificios de varios siglos de antigüedad, construidos con madera y adobe.

Algunas iglesias de ese conjunto albergan imaginería religiosa de Chuquisaca (Bolivia) y pinturas de Cusco (Perú), verdaderas perlas. Son 55 kilómetors que transitan por los pueblos El Puesto , La Falda y Anillaco –fue el centro económico y religioso más importante de la región– y culminan en el pueblo de Fiambalá .

Antes de partir hacia la localidad famosa por sus aguas termales, visitamos la Finca de los Pereyra, un clásico de la zona, donde nos espera un suculento almuerzo: empanadas de carne, locro y buen vino, ideal para mitigar el incipiente frío que ya se hace sentir en las alturas de Catamarca.

La sobremesa nos encuentra sentados debajo de los olivos a algunos, y a otros, muy alegres, ensayando pasos de folclore al aire libre.

Termas de Fiambalá

Patrimonio arqueológico
En Fiambalá puede verse gran parte del patrimonio arqueológico de la provincia. Lo demuestra la visita al Museo del Hombre, donde se exhiben piezas de las culturas originarias de los valles, como los pituiles, batungastas y mahupacas y los cuerpos momificados de un hombre y una mujer, con su ajuar funerario, de más de 500 años de antigüedad, que fueron hallados en los alrededores de Loro Huasi , un pueblo cercano.

En esta ciudad, también los viñedos son marca registrada. Ocupan grandes extensiones de tierra y le otorgan un color especial al paisaje, además de dar a luz exquisitos “vinos de altura” (a 1.505 metros sobre el nivel del mar).

El relajante paseo entre los cultivos, iluminados por los últimos rayos de sol, culmina en la Finca de Don Diego para degustar sus exclusivos vinos de uva cereza.

Continuamos camino hasta una fantástica quebrada entre las serranías, donde se encuentran las renombradas Termas de Fiambalá. Las aguas emergen a 1.750 metros sobre el nivel del mar y se concentran en 14 piletas de piedra cordillerana con temperaturas que varían entre los 28 y 51 grados centígrados. Justo lo que necesitábamos tras recorrer los primeros 322 kilómetros en busca de Los seismiles.

Volcán Pissis

Los colores del desierto
Partimos de Fiambalá antes de la salida del sol. La ruta 60 gira abruptamente al oeste y se coloca de cara a la Cordillera. En el valle de Chaschuil se hace evidente la increíble gama de colores y texturas de los desiertos de altura: las llamadas “pampas de coirones” pintan un horizonte amarillo intenso, enmarcado por las sierras rojizas y el cielo azul.

Se habla mucho de las fabulosas noches estrelladas de Catamarca –quien haya viajado alguna vez a la provincia puede dar cuenta de ello– pero poco se dice de sus cielos diurnos, límpidos, azules y brillantes como pocos.

Tras dejar atrás al poblado de Chaschuil , la carretera vuelve a colocarse paralela a la Cordillera. Antes de ingresar al dominio de los volcanes, el paisaje vuelve a sorprendernos con médanos gigantes, de arena blanquísima.

¿Cómo conformarse con verlos desde la camioneta? A pesar de que no llevamos tablas de sandboard, la sensación de echarse a rodar por la arena es impagable. Y la imagen de esas montañas radiantes recortadas contra el cielo es arrolladora.

Durante el viaje, el guía nos cuenta que después del Cordón del Himalaya, la cordillera catamarqueña es la segunda área más importante en altura del mundo. Lo confirmamos cuando pasando la Cuesta Brava asoma el volcán Pissis , que se halla justo en la frontera con la provincia de La Rioja.

Sus imponentes cinco cumbres, anheladas por muchos andinistas, alcanzan una altura aproximada de 6.682 metros.

Así que no sólo es el volcán inactivo más alto del mundo sino que se disputa el segundo lugar en la lista de montañas más altas de América (el primero es el Aconcagua) con el cercano Ojos del Salado.

Hasta el momento, los especialistas no se han puesto de acuerdo sobre la altura definitiva de cada uno, ya que la diferencia es de unos pocos metros.

Este último, cuya altura se calcula en 6.864 metros, es el volcán activo más alto del planeta, en cuyas paredes las nieves y los glaciares son perpetuos.

En su interior se advierten fumarolas, que dan cuenta de la actividad volcánica. A pesar de ello, es uno de los mayores desafíos para los escaladores.

Avanzando hacia el corazón de la Cordillera algunos integrantes del grupo manifiestan fuertes mareos y dolores de cabeza, que atribuyen a las sendas degustaciones de vino del día anterior. Pero no es resaca, sino “soroche” (mal de altura), que se mitiga en pocos minutos tras mascar hojas de coca.

Volcán Incahuasi

El reino de los colosos
Pronto asoman varios de los más importantes “seismiles”, como el cerro de los Patos y el Tres Cruces. También el Walter Penck, ubicado al sur del final del sistema del Ojos del Salado, hasta hace poco una de las cumbres menos visitadas ya que está rodeado de varios volcanes, lo que hace difícil su acceso.

Entre ellos, el que mejor se ve desde la ruta es el Incahuasi, uno de los favoritos de los montañistas, donde se encontró una estatuilla de un ajuar funerario indígena.

Entre estos colosos, se abren lagunas solitarias e infinitos salares, que conforman uno de los paisajes más prístinos y sorprendentes del noroeste argentino.

Los guanacos y llamas nos observan atentamente cuando el vehículo 4x4 se acerca hasta los dominios de las Salinas de la Laguna Verde.

Con su forma de volcán invertido, aparece como un mar esmeralda en medio del desierto, habitado por flamencos rosados. Ya la habíamos visto como una panorámica desde la base del volcán Pissis, donde está el balcón de la Laguna Verde (a 4.200 metros de altura), al que se llega desafiando al viento: desde allí, hacia abajo, puede verse el verde y azul de las lagunas andinas, rodeadas de cerros negros y salares.

Cerca del Paso San Francisco están las aguas azul zafiro de la laguna del volcán Peinado y hacia el norte, el espectacular Salar del Hombre Muerto.

De regreso en la ruta 60, al girar hacia el oeste se ve el majestuoso cerro San Francisco, el más visitado de Los seismiles, ya que se encuentra muy cerca de la carretera y del paso homónimo, que une el territorio argentino con el chileno.

Es el punto final de un fascinante recorrido de casi 200 kilómetros de desiertos, en los que la presencia humana se advierte sólo por las “apachecas” –piedras apiladas– que aparecen de tanto en tanto, una ofrenda de los viajeros a la Pachamama en agradecimiento por haber dejado atrás un sitio para emprender una nueva travesía.

Campo de Piedra Pómez

El Campo de Piedra Pómez
Desde San Fernando del Valle de Catamarca, la mítica ruta 40 lleva a distintos circuitos del noroeste de la provincia. El Peñón, un pequeño pueblo de casas de adobe rodeadas de álamos –ubicado a 490 kilómetros de la capital provincial– es el punto de partida para conocer uno de los sitios más deslumbrantes de la puna catamarqueña: el Campo de Piedra Pómez, que se encuentra ubicado en la zona dominada por los volcanes Galán, La Alumbrera y Antofagasta, entre otros, en el departamento de Antofagasta de la Sierra.

La ruta 36 rumbea hacia el norte y asciende hasta los 3.600 metros sobre el nivel del mar, donde las vicuñas corretean en manadas. Al llegar a la Loma del Panteón, donde se encuentra una cancha de fútbol –la pasión deportiva desafía a la altura-, se tiene la primera vista, lejana, de una gran mancha blanca en el horizonte. Luego retomamos la carretera y unos pocos kilómetros más adelante, en un recodo del camino, aparece un inesperado Sahara en plena Puna: dunas blancas, gigantes, que se extienden hasta donde llega la vista, se recortan en diagonales tajantes contra el cielo azul. Este universo blanco, que unos pocos descubrieron para practicar sandboard, es también un exótico mirador desde el que se divisa, ya más claro, un extraño paisaje que se asemeja a un encrespado mar de crema en el que flotan grandes copos de merengue.

Arena y piedras calcáreas, de origen volcánico, conforman este escenario surealista –de 25 kilómetros por 10 de extensión- que es el Campo de Piedra Pómez. Los últimos rayos del sol proyectan las sombras de las deidades porosas, que se multiplican hasta el infinito, como los inmensos médanos que las rodean. Nuestros pies se hunden hasta el tobillo en la arena pero, aún así, nos lanzamos a recorrer este paisaje labrado por el viento y el tiempo, que parece un planeta deshabitado y fantástico.

María Zacco
Clarín - Viajes
Fotos: Web

sábado, 16 de abril de 2011

Guatemala: En la ruta maya


Ciudad de Guatemala (Su nombre completo es La Nueva Guatemala de la Asunción)

Con la mochila a cuestas, a pie o en las coloridas guaguas, un amplio recorrido entre ruinas precolombinas y también coloniales, mercados interminables, volcanes, lagos y más

Guatemala en lengua azteca significa lugar de muchos árboles, algo que se ratifica desde el momento que se pisa este país. Con variados ecosistemas y paisajes en una superficie de 108.889 kilómetros cuadrados, las dos terceras partes del territorio están formadas por montañas de origen volcánico.

Moverse por Guatemala no es fácil. Mucho menos para quienes, como en este caso, lo hacen con bajo presupuesto. Su principal medio de transporte público son las guaguas, también conocidas por la comunidad internacional de mochileros como chicken bus. Estos micros tienen el mismo tamaño que los clásicos y amarillos escolares norteamericanos, esos que vemos en las películas de Hollywood o en los capítulos de Los Simpson, pero pintados de mil colores y repletos de pasajeros, valijas y hasta animales.

En un asiento para dos fácilmente se acomodan cuatro y los choferes manejan rápido sin importar el estado de la ruta. El viajero debe prestar mucha atención al subir. Por lo general es necesario hacer combinaciones en las que, entre otras cosas, hay que rezar para que, en el momento de cambiar de bus, alguien se acuerde de alcanzarnos el equipaje que va en el techo, todo a tiempo para abordar el próximo vehículo.

Mercado de Chichicastenango

Chichicastenango
El primer destino de este viaje fue Chichicastenango. En el centro del país, a 145 kilómetros de la capital, esta ciudad es sede de un famoso mercado. Los jueves y domingos, la feria más grande de América Central se extiende por calles y más calles, al aire libre, con puestos de ropa, comida, artesanías en cerámica, madera, máscaras, flores, joyerías y mucho más, donde los precios no existen, todo depende de la habilidad para regatear.

Más allá de las compras, el pueblo de Chichi da muestras de una asombrosa fusión de ritos católicos e indígenas. En la iglesia de Santo Tomás, por ejemplo, muy cerca del mercado y construida en el siglo XVI sobre estructuras mayas, los locales arrodillados rezan en la oscuridad de pisos cubiertos por velas y ramas venerando la cultura chamánica; en el cementerio, donde aún hoy en ciertas ocasiones se sacrifican animales, se puede apreciar una cantidad de colores fascinantes alejados del negro o gris de la tradición católica.

Guatemala antigua: El arco de Santa Catalina Pila de la Unión

El hit turístico
Desde Chichi, bastaron dos tramos en chicken bus para llegar a Antigua Guatemala, principal destino turístico guatemalteco, designado patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1979.

En la pequeña ciudad hay mucho para ver y los guías ofrecen sus servicios en cada punto de atracción. Así fue como conocimos a Raúl y, a través de sus palabras, un poco de la historia de Antigua.

La ciudad, que comenzó a construirse en 1543, fue la capital del entonces Reino de Guatemala. Pero luego de una serie de fuertes sismos, recordados como los terremotos de Santa Marta, la capital fue trasladada, en 1773, a la actual ciudad de Guatemala. Así es como hoy Antigua, detenida en el tiempo, cuenta con un gran número de ruinas de iglesias, entre otras construcciones barrocas, muchas obra del arquitecto De Porres. Entre ellas, la catedral, frente a la Plaza Mayor, con paredes que datan del 1600, una cúpula sin techo y una hermosa fachada.

El Palacio del Ayuntamiento, junto a la catedral, hoy sede de museos. El Convento de las Capuchinas, claustro de aspirantes a monjas de clausura, fundado en 1725, hoy está ocupado por el Consejo Nacional para la Protección de la Antigua Guatemala. El Convento de la Recolección, fundado en 1700 como el Colegio de Cristo Crucificado de los Misioneros Apostólicos, aún en ruinas, no fue reconstruido. La iglesia y convento La Merced, con su maravillosa fachada amarilla de mínimos detalles y estilo barroco, contiene una de las fuentes más grandes de la ciudad en medio de su patio interno.

El arco de Santa Catalina Pila de la Unión, creado con el fin de que las monjas de su convento no sean vistas al cruzar de un lado al otro del predio, es hoy ícono del centro de la ciudad. El palacio de los capitanes, edificado en el siglo XVI con arcos de medio punto a lo largo de la Plaza Mayor, ocupa una manzana completa, hoy con oficinas de la policía y de asistencia turística. También las iglesias de Santa Lucía, San Sebastián, San Agustín, San José, Santa Teresa, del Carmen, San Pedro, del convento Santa Clara, de San Francisco, de la Concepción, de la Santa Cruz, de Candelaria, de Santa Rosa de Lima, de Santo Domingo, de San Jerónimo.

Aparte de tan amplia colección arquitectónica, está el cerro de la Cruz. Para conocerlo, una opción es escalarlo en grupos guiados para apreciar las vistas de la ciudad y el volcán de agua en el fondo.

A la noche hay variedad de restaurantes, desde comida japonesa, francesa, italiana hasta mexicana y guatemalteca, todos ambientados con luz tenue y amarilla acompañando la magia de las antiguas construcciones de la ciudad y sus calles de piedra. También hay bares con música bailable donde se puede tomar algo y conocer gente. Lo recomendable de todas formas es salir temprano ya que a las 22 los lugares comienzan a cerrar y la gente se retira a descansar.

Vista del Lago Atitlán

Panajachel, portal del Atitlán
Otro día, más guaguas. Nos alejamos de las ruinas de la ciudad hacia el verde y azul de los volcanes y los lagos. Emprendimos camino a Panajachel, portal del lago Atitlán formado por un accidente hidrográfico que hoy muchos agradecemos. Alrededor de él se alzan volcanes y distintas poblaciones de nombres religiosos como Santa Catarina, Santa Cruz, San Marcos, San Juan, San Lucas y San Pedro, al que una lancha nos llevó por dos dólares.

Pocas palabras existen para describir la armonía, la felicidad y el agrado que provoca este lugar. Al llegar, un niño nos guió hasta un hostal llamado Luna Azul frente al lago. Allí nos recibió Alex, un joven norteamericano que alquila este espacio para vivir viajando. Nos sentimos como en casa en este sitio donde cada huésped, con libertad y respeto, puede sacar de la heladera una cerveza, agua o gaseosa y luego anotarla a su nombre en un cuaderno.

Por la mañana María, la cocinera, sirve scones caseros con manteca o mermelada y café con leche calentito. También esto se anota a cuenta en el cuaderno, al igual que el almuerzo o la cena. Además, todas las tardes, a las 17, se sabe que llega Olivia, la vecina, con una exquisita torta de chocolate.

La noche en San Pedro es tranquila. Hay un bar donde se proyectan películas los miércoles; alguno sirve tragos y otro ofrece bandas en vivo los viernes. Durante el día se disfruta del paisaje y la paz: jugar a las cartas, pintar, leer, escribir, nadar, caminar, escalar el volcán, alquilar un kayak, o salir de visita para conocer otros pueblos.

Antes de irnos, a la noche, pagamos las cuentas pendientes. No podíamos creer que habíamos comido, dormido y disfrutado cinco días por un total de... ¡40 dólares!

Sólo hay una guagua para salir de San Pedro, a las 5.30 A.M. Así que temprano seguimos viaje, con parada en Guatemala City, pero con destino Cobán, donde contratamos una camioneta para ir hasta Semuc Champey, ubicado en el municipio Lanquín.

Semuc Champey es mágico. El río Cahabón fluye y choca contra piedras calizas formando pozas de entre uno y tres metros de profundidad, con aguas tranquilas y cristalinas rodeadas de un bosque húmedo subtropical y unidas por pequeñas cataratas. La entrada al parque cuesta 4 dólares. Además de disfrutar del paisaje y bañarse en las pozas se puede escalar hasta el mirador y observar la totalidad del parque, una vista imperdible.

Otra excursión realmente aventurera es a las cuevas Kan-Ba. Estas cuevas escondidas en la piedra sobre un río templado requieren sacarse los zapatos y ponerse el traje de baño. El tour guiado provee velas y un salvavidas para quien no pueda nadar. Dura aproximadamente una hora y cuesta 6 dólares. Dentro de las cuevas se observan estalactitas y estalagmitas, también cascadas que sorprenden en este mundo subterráneo. Al finalizar el tour volvimos por el río Cohabón hasta la posada donde nos alojábamos, Las Marías.

Ruinas de Tikal

RECUERDOS DE LA CIVILIZACIÓN
Tikal, que significa lugar de las voces, fue la ciudad más grande del período clásico de la civilización maya. Llegó a extenderse hasta una superficie de 576 km2, de los cuales sólo 16 se pueden apreciar hoy y están entre los sitios más visitados por los turistas que llegan a Guatemala. Distintas investigaciones concluyen que la ciudad se habría originado hacia el 600 a.C. Se estima que llegó a tener una población de 100 a 150 mil habitantes. Los primeros científicos la encontraron en 1848. Y entre 1950 y 1970 la Universidad de Pensilvania realizó importantes excavaciones, aunque en 1979 el gobierno guatemalteco decidió iniciar un proyecto arqueológico que hoy sigue en desarrollo.

La Plaza Mayor es el centro del parque que hoy se visita, rodeada de los templos I y II, la acrópolis norte y la central. Además existen otros cuatro templos piramidales (siempre en busca del cielo) y el palacio real.

Además de los restos arqueológicos de lo que un día fue la ciudad de Tikal, el predio es un buen lugar para observar la fauna. Desde una incontable variedad de aves hasta tarántulas gigantescas, pasando por los sorprendentes monos aulladores, cuyos fuertes rugidos se suelen confundir con los de un animal feroz y carnívoro, a pesar de que come frutas y hojas.

Catedral de la ciudad de Guatemala

DATOS ÚTILES
Dónde dormir
En La Antigua: en el hostel Jungle Party, un patio interno con hamacas paraguayas, paredes de colores, mesas de distintos tamaños y altas puertas que daban entrada a cada una de las habitaciones. La habitación compartida cuesta 11 US$ con desayuno incluido.

En el otro extremo, Hotel Santo Domingo, convento restaurado que es hoy un hotel 5 estrellas de imperdibles vistas a la ciudad, jardines y museos donde la habitación tiene un precio de 200 US$.

En Semuc Champey: Las Marías es un ecohotel administrado por una familia. Con servicio de bar, restaurante, cabañas para cinco, seis o siete personas (US$ 4,5 por persona), habitaciones privadas (entre US$ 10 y US$ 23) y compartidas (US$ 4,5).

En Flores Peten: en el hostel Los Amigos, habitaciones compartida por US$ 4.

Victoria Verzini
La Nación - Turismo
Fotos: Web

sábado, 9 de abril de 2011

Salt Lake City: Estados Unidos, lado B


Vista de la ciudad de Lago Salado

Sir Arthur Conan Doyle la denostó en su famoso cuento Estudio en escarlata, pero la sede central de los mormones se abrió paso como una genuina ciudad multicultural que ofrece ayuda humanitaria a los países en crisis. Con veranos tórridos e inviernos de nieve, tiene una villa olímpica y la tirolesa más empinada del mundo.

En Salt Lake City se está viviendo una nueva fiesta. Las leyes de licor de Utah fueron normalizadas el año pasado por primera vez desde 1935, permitiendo que los clientes simplemente entren a un bar y ordenen un trago, como si estuvieran en cualquier otra ciudad. Además, el prometedor paisaje cinematográfico (un efecto derrame del cercano Festival de Cine Sundance), una fresca floración de galerías y boutiques y una actitud de puertas abiertas hacia los refugiados y los inmigrantes han hecho que la ciudad fuera más cosmopolita. La urbe incluso aprobó el año pasado una ley antidiscriminatoria que protege a sus residentes homosexuales, bisexuales y transexuales, con respaldo de la Iglesia Mormona.

Coro del Tabernáculo

Recuerdos creativos
Con alquileres relativamente accesibles y el caraterístico “hágalo usted mismo”, Salt Lake City es un bastión de la creatividad. Para sondear el paisaje de diseño, visite Frosty Darling (177 East Broadway), una caprichosa tienda de regalos atestada con caramelos retro y ropa, accesorios y utensilios para el hogar hechos a mano por el dueño del negocio, Gentry Blackburn, y otros diseñadores de Utah. Signed & Numbered (2100 East 2100 South) se especializa en estampados artísticos de edición limitada hechos a mano y posters de conciertos, que cuestan entre 8 y 150 dólares. Y en Salt Lake Citizen (210 East 400 South), en el atrio del edificio de la Biblioteca Principal, encontrará ropa y accesorios de inspiración callejera de cuarenta diseñadores de la ciudad, incluyendo pantalones bordados acampanados y joyería de acrílico cortado a láser.

Agricultura de Utah
Las cadenas de restaurantes solían dominar el paisaje culinario de Salt Lake City, pero actualmente están surgiendo lugares íntimos, dirigidos por jóvenes chefs inspirados por la munificencia de los productores locales orgánicos y proveedores artesanales. Encabezando el grupo está Pago (878 South 900 East), un bullicioso lugar de encuentro vecinal en un edificio de ladrillo de 1910. El chef Mike Richey elige productos orgánicos locales en platos como filete bagna cauda wagyu bavette, acompañado con las clásicas papas chicas y arugula local (29 dólares), servidos en una sala rústica iluminada por velas con capacidad para 50 personas. Otro recién llegado es Forage (370 East 900 South), que ofrece platillos salvajemente creativos como vieiras con esencia de vainilla acompañadas de lentejas beluga. Una cena de tres platos cuesta 45 dólares.

Ciudad abierta
Toda la ciudad celebra la anulación de las leyes que exigían que los bares operaran como clubes privados y cobraran cuotas de membresía. The Red Door (57 West 200 South) tiene poca iluminación, una excelente lista de martinis. Squatters Pub Brewery (147 West Broadway) sirve cervezas de alta graduación de la maestra cervecera Jenny Talley, como la India Pale Ale, que llega a los 6º de alcohol. Club Jam (751 North 300 West) es un bar gay friendly, con sensación de fiesta privada y parrillada improvisada en el patio trasero.

Dicha botánica
El Jardín Red Butte, anidado en las estribaciones sobre el campus de la Universidad de Utah (300 Wakara Way), tiene un rosedal recién plantado, más de 5,5 kilómetros de sendas para caminar y yoga matutino en el perfumado jardín. Para una caminata vivificante, pregunte en la recepción cómo llegar a La Sala, un punto panorámico nombrado así en honor a las rocas planas color naranja que se asemejan a sillones. Siéntese y absorba las extensas vistas del valle, las montañas y el Gran Lago Salado.

Más que templos
Trace su recorrido arquitectónico. La Biblioteca Principal de la ciudad (210 East 400 South), una curvilínea estructura de vidrio construida en 2003 por el arquitecto Moshe Safdie, tiene chimeneas en cada piso y un jardín en la azotea con vistas a la ciudad y las montañas Wasatch. Si busca edificios más viejos, visite el Distrito Histórico Marmalade, hogar de muchas casas originales del siglo XIX, o haga un recorrido a pie con la Fundación Utah Heritage.

Paladar étnico
Aunque la información del último censo dice que la población de la ciudad es 75,3% de raza blanca, hay una creciente presencia étnica de latinos y de originarios de las islas del Pacífico (particularmente samoanos y tonganos), y de refugiados del Tíbet, Bosnia y Somalia. Deguste su influencia en sitios como Himalayan Kitchen (360 South State Street), un sencillo comedor con paredes amarillo cúrcuma y mesas de manteles rojos, donde las especialidades incluyen curry de cabra nepalés (15,95 dólares) y momo de Himalaya, bolas de masa al vapor rellenas de pollo y servidas con salsa de ajonjoli (10,95 dólares).

Un poco de azúcar
El distrito Sugarhouse es famoso por sus tiendas únicas y minivecindarios respetuosos de los peatones cercanos a las intersecciones de 900 East y 900 South (que los locales llaman “9 y 9”) y 1500 East y 1500 South (“15 y 15”). Se destaca el Tea Grotto (2030 South 900 East; 801-466-8255; teagrotto.com), una original casa de té especializada en mezclas de hojas sueltas y comercio justo, y la encantadora libreria King’s English Bookshop (1511 South 1500 East), una crujiente casa antigua repleta de libros y acogedores rincones de lectura.

Hora italiana
Salt Lake City tiene numerosos y atractivos restaurantes italianos. Cucina Toscana y Lugano son parte de los favoritos perpetuos, pero Fresco Italian Café (1513 South 1500 East) discute ser el más romántico. Es un sitio privado de 14 mesas escondido en la calle principal en una cabaña de la década de 1920. El menú es escaso pero seleccionado, con platos sencillos del norte de Italia con toques personales. Los ravioles rellenos de calabaza, por ejemplo, vienen rociados con sidra de manzana reducida y avellanas finamente rayadas (18 dólares). Tiene una chimenea, luz de velas y, en el verano, se puede cenar en el patio de ladrillos.

Órgano del tabernáculo

En vivo desde Utah
Como única ciudad grande entre Denver y el norte de California, Salt Lake City recibe muchos grupos de música en gira. Hay bandas locales en sitios como Urban Lounge (241 South 500 East) y Kilby Court (741 South Kilby Court). Si quiere deleitarse con su propia música, visite Keys on Main (242 South Main), un piano bar donde la audiencia canta.

Templo de Lago Saldo

Misión secular
Los mormones son activos, y no sólo misionando. El Centro Humanitario Santo de los Ultimos Días (1665 South Bennett Road) es una institución humanitaria que envía mantas, ropa de segunda mano y materiales educativos y médicos desde su gigantesco complejo tipo fábrica a lugares necesitados de todo el mundo. Si tiene curiosidad por ver cómo funciona, tome un recorrido de 45 minutos por el desparramado almacén, donde trabajadores y voluntarios clasifican las más de 100 mil prendas que llegan diariamente al centro. Si siente la inspiración por ayudar, puede quedarse después de la visita y asistir en la preparación de los paquetes humanitarios que se envían normalmente a Haití, Zimbabue y otros países en crisis.

Parque Olímpico Utah de Park City

Fantasmas olímpicos
Para los amantes de las emociones fuertes, 45 kilómetros al Este se encuentra el Parque Olímpico Utah de Park City, (3419 Olympic Parkway, Park City), donde se realizaron 14 especialidades de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2002. Incluso durante el verano, puede hacerse el medallista y bajar volando una pendiente a más de 112 kilómetros por hora en un trineo Comet, jugar carreras en un moderno tobogán alpino de acero o recrear un salto con esquí considerado como la tirolesa más empinada del mundo. La cultura floreciente y la sofisticación culinaria tienen sus beneficios, pero nada mejor que un golpe de adrenalina para experimentar emoción pura.

Jaime Gross
Diario Perfil - Turismo

Nota de Turismo Virtual:
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