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sábado, 6 de noviembre de 2010

Turquia: testigo de la humanidad


A 328 kilómetros de la capital turca, Kayseri es la antesala de Capadocia y, también, el perfil más asiático de Turquía. Allí está prohibido YouTube, sólo se escucha música nacional y algunos siguen viviendo en cuevas.

Dice Mehmet, mozo de uno de los pocos restaurantes abiertos de Kayseri a la hora del almuerzo, que no se puede comer en el lugar, que estamos en Ramadán, que hay que respetarlo, que el hambre es para los infieles. La postal de la ciudad turca, ubicada a 328 kilómetros de la capital, Ankara, es desoladora: pleno centro, día de semana, cero movimiento. El ritual musulmán, según Mehmet, se extiende desde el 11 de agosto al 10 de septiembre y es inquebrantable. No se come, no se bebe, no se pueden tener relaciones sexuales y está prohibido enojarse, entre otros puntos. Todo sea por Alá. Kayseri respira a otro ritmo. “Cada año es más difícil porque, hace unos diez años, vivíamos el Ramadán en invierno, cuando los días eran más cortos y no hacía tanto calor. Ahora, resulta complicado no tomar una gota de agua en casi todo el día con temperaturas tan altas”, acota. Pero nadie se queja. La ortodoxia religiosa es un símbolo distintivo de la ciudad: no son casuales las 250 mezquitas que la decoran ni la puntualidad para los cinco rezos diarios que son reproducidos, en sintonía, por altoparlantes de alcance masivo (un rezo, el de las 4.30 de la madrugada, podría infartar al turista desprevenido).


El contexto islámico potencia el misticismo. Las mujeres, en su gran mayoría,caminan con pañuelos, algunas tapando la cabeza y otras ocultando toda la cara. Las hay hasta en McDonald’s, bastión de la globalización, uno de los pocos lugares en donde se pueden comer papas fritas.

La comida es un tema delicado. Todo viene con picante. Y no tiene ningún sentido pedir que no lo incluyan porque igual lo harán. La pastirma –un sandwich con lonjas de carne de ternera reseca y especiada– se vende en todos lados y es la comida rápida turca. También los shawarma de pollo y cordero, que se cocinan a la vista en asadores verticales. Son accesibles (entre 10 y 15 liras locales, algo así como 25 pesos argentinos) y valen la pena si se tiene una botella de agua a mano para contrarrestar el huracán interno. Otros platos tradicionales son el kebap, manti (ravioles de carne picada) y sucuk (embutidos de ternera).

A diferencia de Estambul, centro político y económico del país, Kayseri personifica el costado más asiático de Turquía. No hay grandes circuitos turísticos en el área urbana, ni movimiento nocturno y, al menos en días de Ramadán, todo gira en torno al criterio musulmán. No obstante, ese aire menos cosmopolita y más costumbrista la hace distintivo.


Intriga, por ejemplo, esa fortaleza medieval denominada la Ciudadela dentro de la cual se puede visitar la Mezquita de Hunat Hatun, síntesis perfecta de la arquitectura preotomana (en la cual muchísima gente pasa, reza y se va). Intriga el famoso Paraíso de los Pájaros, una inmensa reserva de aves (más de 250 especies). Y también el bazar local, versión minimizada del bestial mercado de Estambul. Allí sí, los turcos se esfuerzan en comprender inglés. Y hasta invitan a un té, con tal de vender una prenda, una especia o una alfombra, el gran tesoro de la zona.

Junto a su costado milenario, la ciudad ofrece otro perfil mucho más moderno y occidental hacia el cual pretende encaminarse para potenciar el turismo. Se invirtió mucho para los imponentes estadios de fútbol y básquet (también se usan para espectáculos) y para un museo sobre la ciudad. Todo lleva el nombre del fallecido empresario Kadir Has. Özer Caliskan, un taxista que se define como “socialista antes que musulmán” describe: “En ese contraste entre lo antiguo y lo moderno estamos desde hace un tiempito, pero la verdad es que Kayseri parece de otra época”. Al margen de la locura puntual de este hombre, generalizable para su gremio (siempre a punto de chocar), en pequeños detalles la frase se materializa, porque el conservadurismo extremo que rige sobre algunas cuestiones atrasa. En esta ciudad (y en toda Turquía) está prohibido el sitio YouTube y apenas se oyen temas musicales que no sean de artistas locales. “Yo he vivido aquí desde que nací y te puedo afirmar que no vas a encontrar un boliche bueno, un bar que esté abierto hasta tarde... nada”, afirma Yildiray, conserje.


Una cosa es Kayseri antes de Capadocia y otra, muy distinta, Kayseri, después de Capadocia. A unos 90 kilómetros de la ciudad, en la zona de Anatolia, se encuentra el principal atractivo turístico de la región y uno de los más importantes de todo el país. Patrimonio de la Humanidad desde 1985, es una formación geológica única en el mundo, bellísima, imponente, llena de valles y terminaciones rocosas insólitas. Como resulta imposible recorrer todo el lugar, lo ideal es visitar el Museo al aire libre de Goreme, el parque nacional más famoso, que sintetiza fielmente el contenido estético. Los guías hablan de “paisajes lunares” resultado de la acción de fuerzas naturales (diez millones de años atrás, Capadocia, era una región volcánica). Mucha gente viaje en globo para ver el amanecer desde el cielo por US$ 250 dólares y al regresar, todos brindan con champagne.

Sobre las montañas hay cuevas (naturales y artificiales), monumentos, capillas, alcobas... En algunos lugares podría trazarse un paralelismo con la obra gaudiana. Pienso, pero parece que no descubro nada: más tarde, compruebo que el autor Juan Goytisolo ya escribió sobre el vínculo con la obra del arquitecto catalán, en 1990 (Aproximaciones a Gaudí en Capadocia).


Es imposible describir todas las maravillas del lugar. Sobre todo porque, allí nomás, también hay otras bajo tierra. Son ciudades subterráneas, otro gran punto de interés. Comentan los guías que son casi 40 (Derinkuyu y Kaymakli, las más famosas), que no se sabe cuántas más puede haber ocultas y que, algunas alcanzan profundidades de más de 80 metros. La visita no es para cualquiera: se va en cuclillas la mayor parte del paseo. Los hititas, según los arqueólogos, fueron los primeros en iniciar las construcciones. Sin embargo, fueron los primeros cristianos los que terminaron de darles forma (las usaban como catacumbas). Algunas tienen hasta 20 niveles de habitabilidad bajo tierra con cocinas, sistemas de ventilación, desagüe y hasta cementerios. Sólo faltan semáforos.

Germán Beder (desde Turquía)
Fotos: del artículo
Diario Perfil - Turismo

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